DE LUCES Y SOMBRAS
Al despertar la
mañana,
tu sombra me asalta,
y me sumerjo en mi
lucha
para no echarte en
falta.
Buceo en mis
recuerdos
buscando la
decadencia
de la mente
atormentada
que justifica tu
ausencia.
Injustificable, por
cierto,
mi poca fe en el
olvido,
pues no hay razón
alguna
para recordar lo
vivido.
No acordarme de ti
un gran alivio sería,
pero no sé si tu
recuerdo
lo soportaría.
Como de justicia
sería
reconocer también
que tu sola presencia
calienta mi atardecer.
¡Pero con fuego de
azufre!,
pues del infierno
proviene
este deseo animal
lleno de herrumbre.
Ni soy un santo,
ni parecerlo quiero,
pero enfermo de
angustia
cada vez que en ti
pienso.
Y pienso a menudo,
no te creas que no.
Lo que no está muy
claro
es que sea por amor.
Por desamor tampoco.
¿Por orgullo?, tal
vez.
Comparado con tu
soberbia,
¡una pequeñez!
Pequeñez sibilina,
empequeñecida además;
aunque no estés de
acuerdo,
en mi boca está la
verdad.
Podría olvidarlo
todo,
o eso creía yo,
pero hay algo oculto
en tanta desazón.
Al desaliento me
abrazo
buscando un no sé qué
de imposible
aparición,
puesto que perdí mi
fe.
Si es que alguna vez
la tuve,
pues nunca en ti
creí,
por más que proclame
que tu presencia me
hacía feliz.
Pero, en definitiva,
añorarte me
aprisiona;
unas veces veo luces,
y las más, sombras.
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